Ganas de Escribir. Página web de Juan Torres López

Televisión espectáculo y democracia: peligro inminente

Justo en este año 2017 se cumplen cincuenta de la publicación de La societé du spectacle (en español, La sociedad del espectáculo. Pre-Textos, 2005). Se trata de un libro del filósofo francés Guy Debord en el que venía a decir que todo en nuestras sociedades capitalistas se ha convertido en representación, en un espectáculo que no es sino la imagen invertida de la sociedad real en la que vivimos.

Decía Debord que el espectáculo que nos rodea y nos inunda es la consecuencia del cambio definitorio de nuestra civilización capitalista, el que convierte las relaciones de cercanía entre la gente en relaciones entre mercancías cuando el universo del mercado absorbe y coloniza a toda la sociedad.

Ese espectáculo, decía, no es solo una colección de representaciones o imágenes que nos ofrecen para nuestra diversión sino una relación social de la que formamos parte a través de una pertenencia enajenada que nos lleva a vivir en un estado de falsedad sin réplica y sin futuro posible, en un constante presente.

Pero esa espectacularización de la vida no es ni mucho menos inocua. El espectáculo que se nos presenta como la forma amable, ligera, la más familiar y sencilla de contemplar nuestro alrededor, es en realidad la estrategia de dominio más sofisticada que se haya podido inventar porque se convierte en «el amo absoluto de los recuerdos y el dueño incontrolado de los proyectos… el espectáculo puede dejar de hablar de algo durante tres días y es como si ese algo no existiese. Habla de cualquier otra cosa y es esa otra la que existe a partir de entonces» (G. Debord, Comentarios sobre la sociedad del espectáculo).

La televisión es el medio privilegiado no solo para hacer visible esa representación distorsionada sino para construirla. De inmediato, el espectáculo televisivo nos atrapa y nos involucra sin remedio en la representación para hacernos, justo en ese mismo instante, sujetos pasivos, con capacidad de vivir, como he dicho, solo en el presente y, por tanto, sin necesidad de réplica orientada a diseñar cualquier otro tipo de hoy día o de futuro.

Allí, en la televisión-espectáculo, se expresan y se resuelven en la banalidad todos los relatos que tejen la vida social y así nacen, como también decía Debord, una política-espectáculo, una justicia-espectáculo, una medicina-espectáculo… y, añado yo, incluso una economía-espectáculo. Las vemos (involucrados, incluso sin querer, en ellas) cada día y a cada instante.

La televisión convertida en la fábrica del espectáculo se ha convertido en el entramado que organiza con brillantez y eficacia la ignorancia sobre todo lo que nos sucede y el olvido de lo que, a pesar de todo, haya podido llegar a conocerse. Y gracias a ello -sigo utilizando las palabras de Guy Debord- se ha podido acabar «con aquella inquietante concepción, que dominó durante doscientos años, según la cual una sociedad podía ser criticable y transformable, reformada o revolucionada».

En España, como en tantas otras cosas, estamos viviendo todo esto igual que en otros países pero a nuestra manera, es decir aceleradamente y con exageración. El espectáculo y la banalización de todo lo que en la realidad es complejo ha capturado a todas las fórmulas del debate social.

Se ha convertido en espectáculo la búsqueda de pareja, la intimidad de los hogares y las familias, el amor o el desamor entre los matrimonios, la búsqueda de trabajo, el fracaso empresarial, la inocencia de los niños, la preparación de platos de cocina, el conocimiento o las operaciones de cirugía estética pero también la política y el debate sobre la economía y la forma de satisfacer nuestras necesidades más inmediatas.

No es cuestión baladí porque el espectáculo consiste en reducir cualquiera de esos trozos de nuestro alrededor y la realidad en la que estamos como un todo a fuegos de artificio, en expresarla del modo más simple o soez -si hace falta-, en gritarse unos a otros llamando constantemente la atención para que todas las miradas converjan, ajenas al exterior y a la contingencia de nuestra época, en el momento presente y en la mera anécdota.

Cuando el debate político o el económico se convierten en espectáculo televisivo también se aprovecha la representación para invertir los componentes de la realidad (intereses, ideologías, poder, clases…) y así poder deformarla. Se acaba con la historia y con el saber contrastado sobre el presente haciéndolos innecesarios para descubrir la verdad, porque desvelar las evidencias es el papel que ahora corresponde en exclusiva a los expertos. Y el diálogo, el contraste y la deliberación que son los elementos imprescindibles para generar conocimiento real se sustituyen por fanfarrias y voceríos, por los insultos propios de quien se limita a exponer lo poco o mucho que sepa como quien asalta una trinchera enemiga.

De espaldas, sin debate auténtico, sin necesidad de oírse uno a otro ni de utilizar como punto de apoyo algo del pensamiento ajeno, ya no puede existir lo verdadero -lo dice también Debord- sino, a lo sumo, verdades que no lo son porque lo son solamente de cada uno, meras hipótesis que nacen para no llegar a ser alguna vez demostradas. Así es natural que los contrastes solo puedan dirimirse entre insultos y agresiones, sin dejar hablar al oponente y que no importe que la mentira se use como sujeto, verbo y predicado. Que sea una constante sobre la que nadie pide explicaciones ni que su uso conlleve responsabilidad, solo el alimento que oxigena su propio alarido.

El morbo, el escándalo, la lágrima, la agresión, el insulto de los que se nutre el espectáculo se perciben como expresiones ingenuas, efusiones de espontaneidad y libre albedrío, un resultado de la naturalidad con la que los actores dejan correr sus sentimientos y emociones en complicidad no expresa con la parte del público que se identifica con cada uno de ellos. Pero, en realidad, el espectáculo está perfecta y milimétricamente diseñado y programado, como cualquier buena representación, para que todos esos elementos produzcan en los espectadores justo el efecto emocional (político) que se desea producir. Para ello y por esa razón, los actores que intervienen en el espectáculo televisivo, en la política-espectáculo o en la economía-espectáculo, no lo hacen por lo que son, ni los expertos por lo mucho o poco que saben, sino por el papel que representan. Y son seleccionados para que en conjunto se conforme el mosaico de emociones e impactos que se corresponda perfectamente con el efecto final que se busca provocar.

En la televisión-espectáculo nada se deja al azar aunque lo que se busca se esconda, como se esconden los trucos en los juegos de manos. El presentador o conductor (nunca mejor utilizada esta expresión de connotaciones mussolinianas) recibe constantemente las órdenes a través del «pinganillo» para que el programa discurra justo y exactamente por donde los propietarios del mundo que son sus dueños han determinado previamente que debe discurrir, y su desarrollo se modifica, se reorienta, se acelera, se pausa o sencillamente se corta en el momento necesario para que el efecto producido sea el buscado y nunca otro diferente. El «debate» en la televisión-espectáculo no se coordina u organiza -aunque lo parezca- como la escena donde hay un contraste que produce pensamiento libre sino que se conduce, se gobierna, según se ha decidido previamente para que genere el no-saber que se quiere producir y difundir. Es un acabado producto de diseño para acabar con el diálogo social que genera conocimiento auténtico como base de una auténtica democracia.

Dice con toda la razón Amartya Sen que la democracia es un sistema exigente, y no sólo una condición mecánica (como el gobierno por la mayoría) tomada aisladamente: «tiene complejas exigencias, que ciertamente incluyen la votación y el respeto por los resultados electorales. Pero también requiere la protección de libertades, el respeto por los derechos legalmente conferidos, la garantía de discusión libre, la distribución de noticias y comentarios sin censura alguna. Hasta las elecciones pueden ser tremendamente defectivas si ocurren sin que los diferentes participantes tengan una adecuada oportunidad de presentar sus posturas, o sin que el electorado goce de la libertad de obtener noticias y considerar los puntos de vista de los protagonistas principales.» (La democracia como valor universal).

La televisión-espectáculo que banaliza los problemas sociales y degrada su análisis hurta a la sociedad justamente lo que resulta imprescindible para que la democracia llegue a serlo realmente: la posibilidad de contemplar todos los componentes de la realidad para deliberar sobre ellos con todos los puntos de vista por delante. Es el instrumento más útil que puede haber para acabar con la democracia sin que nos vayamos dando cuenta de ello.

21 comentarios

Ignasi Orobitg Gene 4 de febrero de 2017 at 21:03

ves televisión ? escuchas mentiras ¡

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Antonio Gonzalez 4 de febrero de 2017 at 21:15

La manipulacion social utilizando la television es la mas clara evidencia del fraude y la indolencia de la llamada sociedad democratica. Es como un suicidio social.

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Fermin 4 de febrero de 2017 at 22:23

Magnífico análisis, D.Juan. Una indignidad avergonzante lo vivido el otro día en la SEXTA NOCHE.
Su altura e inteligencia no merecen mayor atención que ésta. Gracias y Saludos.

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Francisco Altemir 5 de febrero de 2017 at 12:30

Juan, es de los mejores análisis que he leido acerca del show continuo de una u otra especie que invade los hogares a todas horas. Recueedo que mi padre decía que a los actores y a los toreros había que verles en el teatro y en los ruedos. Ahora los malos actores y toreros se cuelan a todas horas en las casas de todo el mundo.
Recuerdo que en los 80 seguí un curso de un filósofo emérito que dijo que si hubiese existido la televisión en tiempos de Hitler -este no habría podido existir. Afirmación que la actualidad ha desmentido. Ahí tenemos a Trump que es un produco banal, necio y malvado de esos medios de comunicación

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Pablo 5 de febrero de 2017 at 13:43

Y habría que agregar un novedoso generador de espectáculo instantáneo: las redes sociales con su infinita inutilidad basural que nubla lo necesario, lo importante… lo útil. Son otra sofisticada herramienta espectacular de evasión masiva, de consecuencias cercanas impredecibles.

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Eva Martinez 5 de febrero de 2017 at 18:05

Muy buen análisis Juan. Felicitaciones por tan agudas y necesarias conclusiones.

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Vicente Monje Flores 5 de febrero de 2017 at 19:46

Pero al agente lo mantienen permanentemente para hacer su papel de instigador. Esa noche en la SEXTA sentí vergüenza ajena por el presentador-moderador. El tal Eduardo Inda, ¿qué tiene de periodista? Ya le oí a Pablo Iglesias decir que era la vergüenza del periodismo.

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Antonio 6 de febrero de 2017 at 00:39

Siento comunicarte que «Don Pantuflo» o séase, Eduardo «Indio», no es periodista…
Dejémoslo en que, posiblemente, estudió periodismo y «aprobó». Como lo hicieron Lydia Lozano, Karmele Marchante, Alfonso Rojo, Beaumont, Marhuenda, Isabel San Sebastián, Sánchez Dragó, Arcadi Espada, Hermann Tertsch… Creo que voy a hacer una pausa, para vomitar… (perdona)
Ser periodista, es una vocación que se demuestra siendo imparcial, objetivo, noble y sobre todo, profesional y educado.
Una cosa es estudiar teoría y otra, aplicar como un experto la práctica de todo cuanto estudiaste y (esto es lo más importante), llegaste a comprender…
Ellos, fueron buenos memorizadores de temarios, lo justo para afrontar exámenes (supuestamente), porque con dinero, se compra todo.
¿Recuerdas a un tal Roldan? Solo tenía el bachillerato y sin acabar. Pero en su currículo, era universitario, con licenciatura y máster. No te digo más…
Como el músico, el periodista nace, no se hace, simplemente se perfecciona, pero es algo innato.
Para mí y para cientos de miles de personas en este país, Inda, no es un periodista, es un psicópata y un mentiroso vendedor de humo, que en un estado realmente democrático y civilizado, estaría imputado por calumnias y difamación y posiblemente inhabilitado para ejercer su profesión y mucho menos para delinquir en un plató de televisión y en su basura de periódico, solo propicio para encender barbacoas.
Saludos y suerte…

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Antonio 5 de febrero de 2017 at 19:51

No puedo estar más de acuerdo, con la excelente exposición que en su artículo de opinión, de forma acertada, hace usted sobre los medios de comunicación y su cometido actual, en una sociedad inculta, noqueada, vilipendiada y abandonada, ya no solo por sus representantes políticos, sino por ellos mismos. Solo los imberbes, los imbéciles y los «listos», se permiten el lujo de quejarse de las puñaladas traperas, provenientes de a quienes regalaron con su voto un puñal. Hace falta ser necio para premiar la corrupción, el cinismo y la caspa…
La «desinformación» y difamación, es poder y ellos lo saben. Y son conscientes de que tratan con «corderos» que no se entera de la vaina y que a día de hoy, ya no tiene ni identidad, ni dignidad.
Yo, hace muchos años que no veo televisión. Me niego a entrar por el aro de los bufones y sicarios del poder, necesitados de sátrapas, sinvergüenzas y auténticos seres del mal, con voz y presencia en este circo de debates estériles en la «caja (que) atonta», que fomentan el odio, el enfrentamiento, la mentira y la desazón del ciudadano indefenso, que con impotencia, presencian la patraña y el palabreo, maltratando su salud mental.
La televisión de los periodistas que no lo son. Fabrica de personajes sin escrúpulos, que se han adueñado de la verdad sabiendo que mienten y difaman, sin ética ni moral, faltos de categoría y odiados a más no poder. Auténticos «hombres de paja», como son Inda o Marhuenda, por poner un par de ejemplos gráficos y evidentes.
Además, vivimos en un país como España, presidido (por cojones) por un registrador de la propiedad, pusilánime, ridículo, inculto, soso y desagradable, ya no solo de ver y escuchar, sino de empatizar con sus barbaridades léxicas, retraso intelectual y en general, con todo su equipo de partido político denostado, pero que a pesar de todos los pesares, sigue teniendo votantes, defensores de causas perdidas y mentirosos compulsivos.
¿Cómo pretendemos que nuestro querido presidente, nuestro representante mundial de la marca España, sepa idiomas, si no es capaz de expresarse bien en el suyo propio? ¿Cómo podemos vivir con la cabeza alta frente a Europa, en un país donde ser corrupto e incompetente, se premia? ¿Cómo podemos ser tan gañanes?…
En fin, hay que huir del «lobby mediático» y leer más libros y artículos de opinión, como los que usted señor Torres, nos regala en su magnífica Web.
Saludos de un tremendo admirador de su trabajo, filosofía y personalidad…

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José Luis Pineda 5 de febrero de 2017 at 20:46

Claro, contundente y sin lugar a duda. Si en el, planeta gobiernan hoy las mafias corruptas
y el crimen organizado es debido a los medios de comunicacion y subordinados.
El 1% de la población dueños del 85% de la riquezas del planeta:
Mata cuanto quiere, roba todo lo que quiere, utiliza los presupuestos públicos para pagar militares y armas a sus servicios como a los medios, que a su vez narcotizan a los ciudadanos con sus telediarios, programas basura y debates para tontos.

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Rafael Macias 5 de febrero de 2017 at 23:25

Leí hace un par de años ese libró y me impactó por el lenguaje pero decía verdades como puños. Día a día se corrobora en los medios. Si no, comprobad cuántas veces se menciona el término «espectacular» en dichos canales de «información».
Recomendable también el de Ignacio Ramonet «La tiranía de la comunicación» o de Vargas-Llosa «La civilización del espectáculo»

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Andres 6 de febrero de 2017 at 12:05

GRACIAS

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Francisco Carrasco 7 de febrero de 2017 at 11:21

Totalmente de acuerdo, pero: ¿Cómo salimos de ahí?. Somos una minoría que se da cuenta de la situación, no por no tener la capacidad para realizar ese cambio, vamos a perder la ilusión de que se pueda realizar.
Mi más sincera enhorabuena. Un saludo

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Jano 7 de febrero de 2017 at 20:01

Genial artículo.
Todo es tal cual se explica en él.
Quienes dominan la escena, dominan el lenguaje. Quienes dominan el leguaje, dominan el pensamiento, y quienes dominan el pensamiento..tienen el poder.
La «caja tonta» no tiene nada de tonta. La maneja gente muy lista para convertir en tonta a la audiencia. Una audinecia aborricada. Y -en ésto- Romanones, con muy mala leche, tenía razón cuando le sugería a Alfonso XIII no hacer muchas escuelas, «porque -majestad- cuanto más burra la gente, mejor se la lleva del ramal»….
Totalmente de acuerdo con Pablo con el tema de las redes sociales….¡¡¡¡qué daño están haciendo!!!!! SON AUTÉNTICAS REDES….¡¡¡REPLETAS DE BESUGOS DE GRAN CALIDAD!!!

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Claudio 7 de febrero de 2017 at 20:33

No puedo estar más de acuerdo con todo lo que en el artículo dice pero, desgraciadamente, uno se encuentra desilusionado cuando ve como, a pesar de todo, se sigue votando a toda esta gente. Gracias por los regalos que nos ofrece con sus certeros análisis y, a pesar de todo, seguimos confiando en que es posible otro modo de vida. Gracias.

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Antonio 7 de febrero de 2017 at 23:59

Señor Torres, no sé si en esta sección de comentarios (en los que hay unos cuantos que no tienen «ganas de escribir» sino de repetir las consignas que otros han expuesto ya) aceptará unos links con entrevistas a un colega suyo, que para mí, personalmente, es una eminencia y un verdadero ejemplo a seguir en cuanto a economía estrictamente aplicada para levantar un país e intentar cambiar el sistema, como es Don Rafael Correa.
«Anita» (Pastor) fue despedida de TVE por creer que había independencia en los medios y libertad de expresión. Todos sabemos que cuando Correa regresó a otra entrevista en la misma cadena, preguntó por ella a su sustituta, y que cuando se enteró de que «ya no estaba», dijo una frase lapidaria que lo resume todo, maravillosa; «Desde que se inventó la imprenta, la libertad de prensa y la voluntad, es del dueño de la imprenta»…
Le dejo tres links de entrevistas clave a Don Rafael Correa, que considero que apoya su tesis…
(Por cierto, yo si tengo «ganas de escribir»).
https://youtu.be/BlSfLjzBn6s
https://youtu.be/LKmgbRpaqM8
https://youtu.be/9GwP8qUUD2Y
Mucha salud…

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Esther Díaz García. 8 de febrero de 2017 at 15:37

Gracias Juan, sabía que la cosa no podía quedarse como se quedó en el programa, que con interés nos dispusimos a ver cuando nos dijeron que ibas a hacer un análisis económico.
Hace falta que gente como tú, esté dispuesta a desenmascarar, jugándose lo que sea, a quienes pretenden hacernos comulgar con ruedas de molino.
La dignidad de la persona es lo primero.
Muchas gracias y adelante.

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jose luis 9 de febrero de 2017 at 09:21

Muchas gracias por el artículo.
Una pregunta : ¿Es verdad que el gobierno del partido popular ha comprado deuda del estado con el dinero de la hucha de las pensiones ? Si es así , ¿es eso legal ?
Gracias y saludos .

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alekine 9 de febrero de 2017 at 19:14

Es fácil culpar a las multinacionales de la comunicación de apoderarse de la televisión y de utilizarlas para desinformar y defender sus intereses económicos pero creo que ese no es una visión correcta de la realidad que nos rodea.
Tenemos que preguntarnos por que la televisión publica es tan mala teniendo en cuenta lo que pagamos por ella. Tenemos que preguntarnos por que dejamos que el Canal Sur lo utilice la Susana Diez para mantenerse en el poder en Andalucía sin que nadie diga nada.
Tenemos que preguntarnos por que las fuerzas que llamamos progresistas no tienen canales de televisión, ni prensa, ni radio, en un mundo donde esos medios están al alcance de cualquiera: …!! solo hay que pagarlos y llevarlos bien !!
Tenemos que preguntarnos por que la «Tuerca», la cadena televisiva de Podemos, no la ve nadie.
Un cordial saludo

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Antonio Ubieto Auseré 20 de febrero de 2017 at 09:46

Gracias por su trabajo y por su visión

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MC 26 de febrero de 2017 at 13:43

Interesante artículo y qué cierto es. Hace unos años escribía esto http://mcaam.blogspot.com.es/2014/12/sobre-el-debate-y-la-reflexion.html para reflexionar precisamente sobre esto: la manera en la que todo se convierte en espectáculo, sobre cómo todo se analiza de forma banal y superfícial la realidad. Y en definitiva, como, cada vez más, todo es fachada…

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