Publicado en La Opinión de Málaga. 27-6-2004
Cuando explico a mis alumnos las manifestaciones de la segregación laboral y que en España las mujeres ganan por término medio entre un 25 y un 33% menos que los hombres por trabajar en un mismo puesto de trabajo siempre hay alguno que me dice que eso no puede ser.
Lógicamente, en nuestro país no se pueden llegar a acuerdos formales que impliquen ese tipo de diferencias, aunque en algún caso se han descubierto convenios claramente discriminantes. Pero cuando se analizan los datos globalmente lo que resulta efectivamente es que las mujeres ganan menos que los hombres aunque realicen el mismo trabajo.
La Oficina Internacional del Trabajo presentó el pasado año su primer informe sobre la discriminación salarial y en él demostraba que el 33% de las diferencias de salario entre hombres y mujeres se debían exclusivamente al sexo. Es decir, que el sólo hecho de ser mujer, incluso en los países más avanzados de la tierra, implica que en una gran proporción se recibirá un salario más bajo que los hombres.
Los economistas ortodoxos afirman que en estos casos no se debe hablar de discriminación porque lo que existe son diferencias objetivas. En su opinión, lo que ocurre es que las mujeres tienen menos formación, menos antigüedad y que asumen menos responsabilidades, razones por las cuales cobran menos.
Se trata de un argumento falso y además perverso. Es falso porque los estudios empíricos muestran que esas “diferencias objetivas” sólo explican más o menos el 50% de las que se producen entre los salarios de hombres y mujeres. Y es sumamente perverso porque no hace referencia a un hecho crucial: esa menor capitalización de las mujeres no es deseada sino impuesta en virtud de que a la hora de contratar y organizar el trabajo predominan una serie de estereotipos que marginan a las mujeres y las condenan a ocupar, por lo general, puestos de trabajo menos valorados.
Se considera que las mujeres están especialmente preparadas para trabajos de atención a los demás, sumisos y de poca responsabilidad, lo que ha provocado su segregación laboral en “sectores feminizados” de salarios más bajos, horarios menos ventajosos y de mayor temporalidad.
Se practica, pues, una discriminación laboral que no tiene más fundamento que la simple diferencia de sexo. Y ello se une, además, a la difícil conciliación entre el trabajo y la vida familiar –de la que mayoritariamente son responsables las mujeres-, y que es algo también muy difícil de combatir. Aunque los tribunales empiezan ya a condenar a las empresas que dificultan la conciliación, como pasó hace poco con Telefónica, lo normal es que se haga la vista gorda y que las mujeres sufran prácticas continuadas de discriminación sin que haya respuestas políticas y legales contundentes.
Precisamente por lo difícil que resulta hacer frente a estos hechos es tan significativo lo que acaba de ocurrir en Estados Unidos con la cadena de distribución comercial Wal Mart, una de las empresas más poderosas del mundo.
Hace algo más de dos años, seis trabajadoras la demandaron por discriminación sexual dado que las mujeres cobran allí menos que los hombres y son promocionadas casi exclusivamente hacia puestos de cajeras o semejantes que están peor retribuidos que los que generalmente ocupan los hombres. En la demanda se hacía mención, por ejemplo, al hecho de que siendo mujeres un 70% de la plantilla apenas un 15% ocupaban cargos de los considerados mejor retribuidos. Y se mencionaban también las represalias que la empresa ha adoptado siempre que las mujeres han protestado por sus condiciones salariales y de promoción.
La noticia es que un juez de San Francisco ha aceptado que la demanda prosiga como “acción colectiva”, lo que permite que en ella se personen casi 1.600.000 personas que desde 1998 han sido o son trabajadores de Wal Mart.
La cuestión es histórica. Wal Mart es conocida como la “Bestia de Betonville”, en alusión a su ubicación principal en esa ciudad de Arkansas y a su capacidad de triturar a la competencia. Es la mayor empresa del mundo por volumen de ventas. Factura anualmente una cantidad equivalente al PIB de Arabia Saudita y ocho veces mayor que la de Microsoft. En sus establecimientos compran cada año tantas personas como la población de Francia y España juntas y de su poder e influencia da idea el que Hillary Clinton formara parte de su Consejo de Administración.
Su éxito consiste en ofrecer sus productos entre un 25 y un 35% más baratos que cualquiera otra empresa de la competencia, lo que le permite arrasar con el mercado allí donde se instala.
El secreto del éxito es fácil: paga también salarios que son un 30% más bajos que los de la competencia y compra, sobre todo en China o en otros países del Sur, en condiciones draconianas y sin hacer ascos a la explotación laboral más repugnante y cruel. Los productos que venden son los más baratos pero también los que están más marcados con el sufrimiento y el dolor de millones de personas, sobre todo mujeres y también cientos de miles de niños pequeños que los fabrican en larguísimas jornadas de trabajo en condiciones sencillamente inhumanas.
La trayectoria de Wal Mart es realmente ejemplar, aunque de unas prácticas empresariales que muestran la naturaleza horripilante del beneficio del que gozan los más poderosos del planeta. Los Angeles Time recibió el año pasado un Premio Pullitzer por poner al descubierto sus vergüenzas. Habitualmente contrata inmigrantes sin papeles para ahorrarse costes, obliga a realizar horas extraordinarias sin pagarlas, ha anulado prácticamente la presencia sindical en sus factorías y le corresponde el dudoso honor de haber tenido que pagar la multa por contaminación más alta de la historia.
Wal Mart es la típica empresa cuyas prácticas comerciales se ponen como ejemplo en las escuelas de negocios y cuyos beneficios son envidiados. Ahora, seis mujeres la han puesto en la picota. Fueron osadas y gracias a ellas el gigante tendrá que enfrentarse a una demanda que hará historia. Es posible que su enorme poder le permita defenderse con éxito pero, al menos, se habrá puesto de evidencia que lo que tantas veces se nos presenta como puro éxito comercial no es sino explotación salvaje. Y es significativo que, también en este caso, hayan tenido que ser media docena de mujeres las capaces de poner en jaque al gigante todopoderoso.