Ganas de Escribir. Página web de Juan Torres López

Viene otra crisis (¿la grande?) y no se le da respuesta

Publicado en Público.es el 1 de octubre de 2021

Cuando comenzó a extenderse la Covid-19 advertí (por ejemplo, aquí) que la pandemia produciría una doble crisis o una sola, si se prefiere, con dos manifestaciones separadas y muy diferentes. Por un lado, una de demanda, como consecuencia de la caída de los ingresos provocada por los cierres de empresas y la gran disminución de la actividad durante el confinamiento. Esta, dije desde el principio, tenía un tratamiento muy costoso pero bastante fácil de aplicar, la garantía gubernamental, total o parcial, de los ingresos perdidos por empresas y familias. Un tratamiento que conocemos desde hace tiempo cuando, por alguna razón, deja de haber dinero en los bolsillos y la falta de consumo paraliza la vida económica. No hay otro remedio, entonces, que crear dinero y repartirlo aunque sea, como gráficamente decía el liberal Milton Friedman, tirando billetes desde un helicóptero.

Se trata de una solución conocida y de relativamente fácil pues basta, como hemos visto, con que los bancos centrales creen medios de pago o los gobiernos se endeuden. Aunque eso no quiere decir que resuelva todos los problemas, ni que salga gratis.

No resuelve todos los problemas porque nunca estará garantizado que el dinero que sale de los bancos centrales llegue finalmente a las empresas y consumidores que lo gastan. E, incluso si llega, tampoco es seguro que se dedique al consumo o la inversión. Unas veces, porque los bancos se quedan con el incremento de dinero para sanear sus balances o realizar inversiones financieras, sin utilizarlo para conceder crédito a la actividad productiva. Otras, porque los gobiernos, las empresas o los hogares solo dedican el nuevo flujo monetario a amortizar deuda anterior.

En esta última crisis de demanda provocada por la Covid-19 los bancos centrales (creando dinero nuevo) y los gobiernos (endeudándose) no dudaron ni por un momento, a diferencia de lo que ocurrió en la de 2008, y han suministrado una dosis nunca antes vista de financiación extraordinaria a las economías. Así han salvado la crisis, aunque lógicamente a cambio de un incremento no menos gigantesco de la deuda: se estima que a finales de 2020 ya había crecido en 32 billones de dólares en todo el mundo. Y, aunque todavía no se ha comenzado a sentir el esfuerzo durísimo que habrá que hacer para pagarla, el Fondo Monetario Internacional ya ha advertido que unos 100 países han tenido que empezar a hacer recortes en gasto social y de bienestar para hacerle frente. Lo mismo que ocurrirá en todos los demás, a medida que vaya pasando el tiempo, si no se adoptan pronto medidas de reestructuración, quitas ordenadas y procedimientos de financiación que no impliquen nuevas oleadas de recesión y miseria en muchísimos países.

En cualquier caso, como he dicho al principio, esta ha sido la parte fácil de la crisis provocada por la Covid-19. La prueba es que, aunque con el coste futuro que acabo de señalar, allí donde se han aplicado inyecciones financieras adecuadas se ha conseguido recobrar la actividad y el empleo.

Pero, tal y como señalé al principio, la pandemia iba a traer consigo inevitablemente otra crisis mucho más peligrosa porque se iba a producir por el lado de la oferta. Y eso es lo que ya está ocurriendo.

Dicho de la manera más fácil posible para que todo el mundo me entienda lo que sucede es que no hay suficiente disponibilidad de bienes y servicios para satisfacer la demanda de las empresas y los hogares.

Este desacoplamiento es muy peligroso por dos razones principales. Por un lado, porque produce subidas de precios como consecuencia del exceso de demanda coincidente con la escasez de oferta. Por otro, porque la respuesta convencional que los bancos centrales dan a esa tensión inflacionaria (subir los tipos de interés) deprimiría aún más la oferta. Si actúan como se supone que deben hacerlo lo que provocarán será que las empresas disminuyan aún más producción y el empleo, sin que los precios finalmente se reduzcan.

Hasta ahora, sin embargo, los bancos centrales vienen manteniendo que esta situación es un simple efecto del confinamiento, de la incertidumbre y de los cambios acontecidos en todo este tiempo, la situación no debería producir demasiada preocupación. Concluyen, por tanto, que nos encontramos ante una especie de cuello de botella temporal que ciertamente produce escasez y, en consecuencia, tensiones al alza en los precios, pero solo de carácter temporal pues que no hay otra razón que impida que los mercados recobren pronto la normalidad. De ahí que no hayan tomado prácticamente ninguna medida ante este desajuste.

Yo creo, sin embargo, que se están equivocando porque la situación va a ser más grave y duradera por una sencilla razón: los desajustes en los mercados internaciones de bienes y servicios no se han producido solamente a causa de las perturbaciones lógicamente provocadas por la pandemia sino que venían de antes.

El problema que se está planteando con crudeza en toda la economía internacional es que la pandemia ha acelerado y agravado la desarticulación de un sistema global de producción y logística globales que ya estaba en crisis con anterioridad. El sistema no sufre una mera perturbación coyuntural sino que está registrando una fuerte tensión estructural.

Lo que se está produciendo ante nuestros ojos es la muerte por éxito del capitalismo neoliberal de nuestro. Ha logrado que se produzca una concentración extraordinaria de capitales y de rentas y riqueza; el dominio casi absoluto de los mercados que han alcanzado las grandes empresas les ha permitido disfrutar de cuentas de resultados con beneficios desorbitados y nunca antes vistos; cifras de negocios gigantescas que vienen de la mano de la rentabilidad mucho más que extraordinaria que su exagerada liquidez les proporciona en los mercados financieros en continua expansión; y una influencia social y política que hace poco resultaba sencillamente inimaginable. Pero todo eso ha provocado también la fragmentación de los mercados, una desarticulación productiva tampoco antes vista y una pérdida progresiva de rentabilidad, por pérdida de mercado o endeudamiento creciente, de franjas cada vez más anchas de la actividad empresarial. Lo mismo que el resto de la gente se aleja cada día más de la minoría todopoderosa que lo gana todo, también se excluye del reparto de la tarta a una proporción creciente del pequeño y mediano capital. Y así, el capitalismo renuncia a la capacidad de alimentarse alimentando a los demás que lo ha mantenido exitoso durante tanto tiempo.

Esa y no la pandemia es la verdadera causa de la crisis de oferta que se está empezando a manifestar con gran crudeza: cientos de barcos se mantienen a la espera en los puertos donde se nutren las exportaciones mundiales; los precios del transporte marítimo se multiplican hasta por diez en algunas rutas;  cientos de megafactorías están prácticamente inactivas por falta de suministros, lo que se traduce en la paralización sucesiva de los procesos de producción que hasta ahora estaban encadenados.

El sistema logístico internacional está al borde del colapso y no es solo como consecuencia de la pandemia. Esta ha provocado ciertamente un gran cuello de botella, al poder recuperarse la demanda con lógica mayor rapidez que la oferta. Pero el colapso proviene de un sistema de redes globales que no responde a lógicas de suministro racionales sino a la volatilidad de la especulación financiera y que son incapaces de autoalimentarse generando fuentes de ingresos descentralizados en los diversos mercados donde actúan. Al revés, el capital transnacional actúa como una especie de bomba que absorbe y seca todo a su alrededor y por completo.

Lo que está empezando a ocurrir en el mundo es que se está resquebrajando el sistema de provisión inherente a la globalización de las últimas décadas y que había sido la base del predominio del capital transnacional que diseñó al neoliberalismo como estrategia civilizatoria. Se ha centralizado y concentrado tanto que ahora resulta incapaz de proporcionar la provisión más o menos generalizada, puntual y universalmente rentable y la aceleración que, mientras más o menos las había ido garantizando, hacian de la globalización el tótem sagrado de nuestro tiempo.

Y ese proceso de desarticulación se ha agudizado por los efectos que el capitalismo intensivista ha venido provocando sobre el clima y el medio ambiente y que han eclosionado en una crisis de recursos energéticos que tiene, a su vez, consecuencias fatales sobre el propio capitalismo porque es incapaz de gobernarlos. Comenzaremos a ver la proximidad y auténtica magnitud y gravedad de este proceso a partir del próximo invierno y por supuesto que no solo en China.

Los retrasos que se están acumulando en la provisión de materias primas y bienes intermedios no son, por tanto, coyunturales. Creer que el remedio es esperar a que escampe es una irresponsabilidad. Subidas de precios como las de los alimentos, las más altas desde los años setenta del siglo pasado, o las que se están dando en otros bienes y servicios no pueden ser un simple desajuste momentáneo.

En realidad, no creo que crean realmente que lo que se está avecinando no sea grave y que dejarlo pasar sea la mejor respuesta. Más bien pienso que los bancos centrales carecen de instrumentos para hacer frente a corto plazo a la coincidencia de una presión de la demanda con una restricción de oferta y prefieren considerar que los síntomas (la inflación y el frenazo de la actividad) son la enfermedad.

En los años sesenta y setenta del siglo pasado, el capital se enfrentaba a una situación de agotamiento parecida y con manifestaciones semejantes pero era a consecuencia de la fortaleza que habían adquirido los movimientos sociales, los sindicatos, los movimientos de liberación y el llamado «campo socialista», a pesar de sus múltiples defectos. Por tanto, tenía clara la estrategia que debía adoptar para salir adelante: combatirlos y vencerlos para hacer que la balanza del reparto de la riqueza y del poder girase hacia el otro lado.

Ahora, la paradoja es que el enemigo del capitalismo es el capital sometido a la lógica financiera y especulativa que se ha quedado con todo pero que ha terminado destruyendo la base global sobre la que él mismo había asentado la industria, desarticulando las redes de producción y las cadenas de valor, y que ha generado una explosión de deuda incontrolable e insostenible, una tensión social creciente como consecuencia de la desigualdad y un poder al margen de las instituciones que materialmente amenaza con impedir el gobierno y la resolución más o menos consensuada de los conflictos.

Esa es la razón de por qué no hacen nada cuando la escasez de suministros y el encarecimiento de la energía están empezando a paralizar a las economías. Tienen un conflicto con ellos mismos y no saben ni están dispuestos a transformarse. El resultado seguro será un gran desorden, el más peligroso.

7 comentarios

Antonio 5 de octubre de 2021 at 21:57

Bueno, creo que esta vez sí estamos ante la crisis global definitiva, la que llevará al capitalismo a la tumba tal cual pronosticara en su día Karl Marx. Traerá sin duda enormes sufrimientos, pero a la vez la revolución mundial, o una serie en cascada de revoluciones nacionales, que hará posible el comienzo de una nueva era: la del socialismo a escala planetaria.

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J.Figueiredo 6 de octubre de 2021 at 21:31

Comentario al comentario de Antonio:
Antonio dice que las condiciones objectivas para levar el capitalismo a la tumba están prontas.
Pero hay que hablar también de las condiciones subjectivas — esas no están prontas.

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Un lector 7 de octubre de 2021 at 10:29

Buenos días:

Personalmente lo veo más como la caída del imperio romano: una caída con altibajos. Momentos de un supuesto reverdecimiento económico seguido de otro capítulo de avance hacia la oscuridad, pero dentro de una línea descendente sin solución de continuidad.

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Antonio Díaz Romero 8 de octubre de 2021 at 07:21

No creo que triunfe el socialismo a escala planetaria, si a caso a escala de los países de la OCDE. Lo que tendrá que cambiar es el paradigma de la economía basada en el consumo por una economía basada en el intercambio, más racional y respetuosa con el medio ambiente. Al nivel del consumo actual el planeta no dispone de las suficientes materias primas para atender las necesidades de la oferta y entraríamos en una crisis de materias primas que supondría un patrón en la industria

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Antonio 14 de octubre de 2021 at 14:09

Los capitalistas son los que dictan la política a los gobiernos, porque ellos son los dueños de los medios de vida, tal como afirmara Marx en el Manifiesto: «Los gobiernos del estado moderno, no son más que una junta que administra los intereses comunes de la burguesía» ¿Hay alguien que cuestione esto? Si llegamos a la conclusión de que mientras los capitalistas ostenten la propiedad de los medios de vida no es posible cambiar nada sustancial (y esto es algo que estamos comprobando a diario) ya que el capitalismo se basa fundamentalmente en eso: La explotación de la naturaleza y del trabajo asalariado. Hay que mirar a la realidad de frente y agarrar el toro por los cuernos: El capitalismo está desmontando todas las conquistas sociales conseguidas en el siglo pasado a la vez que destruyendo el Planeta. Y la alternativa a la propiedad privada capitalista, al mercado y a la competencia no puede ser otra que la propiedad social, la planificación y la cooperación. Cómo se llegue a ello, si a través de un proceso más o menos gradual o más o menos violento, ya es cosa que no se puede predecir. Creo que el hecho de cómo China se está posicionando nos indica que tratará de que el sorpaso a los EE. UU. sea gradual y que tratará por todos los medios de ponerle a los EE. UU. las cosas lo más difícil posible para que la llamada «Trampa de Tucídides» no tenga lugar y que el proceso se haga de forma lo menos traumática posible.

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JVRAMIRO 18 de octubre de 2021 at 13:22

Probablemente la respuesta a esta crisis sea una nueva Era Tecnofeudal donde la tecnocracia y el control de masas por inteligencia artificial más una demografía insostenible de pie a este nuevo orden mundial.

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Jose 24 de noviembre de 2021 at 01:14

Saludos profesor. Puede haber 1000 opiniones distintas y por supuesto lícitas ( como opiniones que son ) sobre el futuro de la economía. Lo que está claro es que de todas las opiniones, solo una ó probablemente ninguna sea la acertada, la que adivinará lo que va a ocurrir. Parece que es por eso por lo que a los » expertos» les resulta más cómodo y sobre todo más seguro, la crítica de las cosas cuando han pasado.
Sobre el papel, existen más probabilidades que los economistas, que tienen una formación específica para ello, sean los que den las directrices para que no pase lo que siempre pasa, que parece que se divierten criticando lo pasado sin mojarse y dar directrices concretas para que no ocurra lo que no queremos que ocurra. Pero parece ser más cómodo la critica que el remedio a tiempo. Como ya le comenté, es como ir al médico, que te diagnostique una enfermedad y que no te cure para no mojarse. Ni la economía ni la medicina son ciencias exactas ni mucho menos pero si que parece los médicos suelen tener mejor tino en sus remedios ya que la esperanza media de vida se ha disparado en el siglo xx . Encima el estado del bienestar ha mejorado incluso en los países que antes eran el tercer mundo. En Africa, la esperanza de vida media ha aumentado también en el pasado siglo y lo sigue haciendo. Ahora parece que se vaticina el final del capitalismo. Podría ser perfectamente, lo mismo que ocurrió con el bloque comunista hace décadas después de cocerse en su corrupción y su falta de productividad. Lo que es seguro es que el régimen económico que viene, se podrá disfrazar de social, individual o de lo que se quiera. Lo que es seguro es que el régimen económico que vendrá ( si viene ) seguirá siendo reflejo de la condición humana ( egoísmo, ansias de poder, pasar por encima del prójimo en su beneficio etc ) ó si no una dictadura salvaje para reprimir las malas inclinaciones del hombre ( de todos los hombres y mujeres ) algo así como una religión de un dictador inseguro y vengativo como Stalin. Y quien controlará al dictador ? Pues nadie hasta que muera y deje un país atrasado con un bajo nivel de vida y muchos millones de muertos a su espalda. Al final, lo mismo que el fascismo. Eso si, con un dictador, ninguno tendremos la libertad de ser tan depravados como somos ( la humanidad ) . Elija usted, que tiene más conocimiento de causa, y mójese avisándonos de lo que nos va a ocurrir, precisamente para que no ocurra. No solo de criticar a todo dios vive el hombre. También necesitamos doctores que se mojen y nos curen ó al menos lo intenten.

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