Publicado en La Opinión de Málaga. 18-4-2004
La primera gran propuesta legislativa del gobierno de Rodríguez Zapatero será la Ley Integral contra la violencia de género. Una propuesta tan necesaria como extraordinariamente significativa.
Necesaria, porque la criminalidad ejercida por sus parejas contra mujeres de toda clase y condición constituye hoy día la más repugnante y dolorosa forma de violencia de nuestra sociedad. No pasa una semana sin que mueran mujeres, sin que docenas de ellas sean vejadas, perseguidas, prostituidas, acosadas, ridiculizadas, maltratadas o agredidas de mil formas por hombres que, sintiéndose superiores, viven con el derecho a imponerse y a imponerles su instinto de dominio bajo cualquiera que sea la forma de agresión criminal.
Es significativa también porque se trata de una ley que permitirá visualizar desde el principio el cambio que viene con el nuevo gobierno. Frente al tratamiento fragmentario y tan poco efectivo de la legislación actual, la ley que se va a proponer permitirá abordar la criminalidad de género de forma integral, es decir, no sólo castigando ejemplarmente a los culpables, sino estableciendo cauces de prevención y medidas para paliar en lo posible sus daños y, al mismo tiempo, garantizando los recursos necesarios para todo ello. Y, sobre todo, ha de lograr que desaparezca por completo cualquier atisbo de justificación, la más mínima veleidad que deje pasar como si nada los actos repugnantes de violencia sexista sea cual sea la forma en que se produzcan.
Cuesta trabajo decirlo pero no podemos olvidar, sobre todo, la conducta sumamente condescendiente de algunos jueces o políticos ante casos flagrantes de violencia contra algunas mujeres. Baste leer, por ejemplo, el reciente libro del escritor Juan José Millás «Hay algo que no es como me dicen», en el que de manera magistral y conmovedora narra y analiza el conocido caso de la exconcejal de Ponferrada Nevenka Fernández. Recordaba el autor en una rueda de prensa de presentación del libro que en los últimos tres años nadie del PP, «de los suyos», llamó a Nevenka para preguntarle cómo estaba mientras cada día había manifestaciones de apoyo para el acosador.
Hechos como el que se presenta en ese libro manifiestan claramente que la violencia de género contra las mujeres tiene todavía un caldo de cultivo en nuestra sociedad que, aunque no se quiera reconocer, permite que muchos maltratadores y criminales pasen desapercibidos e incluso que, una vez conocida, se justifique y ampare su conducta, a veces, incluso judicialmente
Sucede que con demasiada frecuencia se reduce la violencia de género a sus manifestaciones más extremas y sangrantes. Un lamentable error. Para actuar contra ella no hay que esperar a que las mujeres mueran una detrás de otra. Aunque a veces, incluso ni siquiera basta con ello, como sucede en Ciudad Juárez, en Méjico, en donde la muerte de cientos de trabajadoras no parece ser todavía causa suficiente para que se produzca una intervención de cualquier tipo que las evite.
La violencia de género no es solamente matar o agredir fatalmente a una mujer. Es algo que puede ser mucho más sutil.
La violencia de género también es la vejación psicológica constante, el desprecio, el mobbing, el acoso, la ridiculización, y tantas prácticas que muchos varones ejercen de continuo sobre las mujeres por el puro hecho de que se sienten superiores a ellas, con más poder, con mejores recursos, con más fuerza o con menos responsabilidad.
Yo mismo acabo de vivir esta semana una muestra más, y en este caso reiterada, de agresión indisimulada y pública hacia las mujeres.
Escribí el domingo pasado un artículo en estas páginas sobre las acusaciones vertidas contra el Presidente de la Diputación, supongo que con razones discutibles, como son todas. El profesor y columnista Teodoro León Gross se sintió aludido por mis palabras y decidió contestarme. Sin mencionar mi nombre pero escribiendo de forma que fuese indudable la referencia a mi persona, me llamaba «lameculos» y me acusaba de haber felicitado a Salvador Pendón cuando éste había cometido un error. En un alarde de erudición recurría a un refrán para ejemplificar mi opinión: «si quieres conocer a Juanito, prométele un carguito», decía León. Debiéndole parecer insuficiente, creo que con razón, este fondo argumental, recurría a otro tipo de argumentos y recomendaba «protegerse de los consejos de quienes, creyendo que ‘en el amor y en la guerra todo vale’, son capaces de cualquier elogio por tratar de prosperar ellos mismos o hacer prosperar a un familiar, incluyendo amantes, consumadas o en grado de tentativa».
Aunque lógicamente la inmensa mayoría de los lectores no están al tanto, se trata sencillamente de una alusión directa a quien León Gross sabe que es la mujer a quien amo y con quien comparto risas, ideales y fatigas, también mi amante, aunque no en el sentido anticuado, vacilón y significativamente perverso que utiliza el profesor León.
Podría tratarse de una simple anécdota sin mayor importancia si no fuera porque este conocido periodista y profesor ha utilizado ya en otras ocasiones este recurso misógino e inaceptable de ofender a las mujeres o compañeras de quien hace objeto de sus críticas. Como también ha recurrido a veces para criticar a Marisa Bustinduy a expresiones machistas que jamás hubiera utilizado de estar refiriéndose a un hombre.
Se trata de lo que algunos autores están denominando el «sexismo benevolente» o la «misoginia sutil», conductas aparentemente inocuas pero que en realidad expresan un peligroso trasfondo de desprecio hacia las mujeres: se quiere atacar a un hombre y se apunta a su mujer, a quien el maltratador siempre considera que es el eslabón más desprotegido y débil.
El hecho de que estas conductas se den, como es el caso, entre profesores o periodistas, que supondríamos mejor formados en conocimientos y valores, muestra hasta qué lamentable punto están extendidos en nuestra sociedad los gérmenes de la violencia de género, las raíces de la criminalidad sexista. No basta, pues, con espantarnos cuando los telediarios nos muestran crímenes horrendos. Es necesario también erradicar esa otra forma de violencia soterrada que no hace sangrar pero que también ofende y daña a quienes no tienen más culpa para sufrirla que el hecho de haber nacido mujeres.
Esperemos que el nuevo tratamiento legal de la violencia de género permita instaurar nuevos valores, nuevos modos de entender las relaciones entre hombres y mujeres y, por supuesto, que erradique para siempre sus manifestaciones más dramáticas y aberrantes.