Publicado en Público.es el 20 de mayo de 2022
Cuando los precios están subiendo tanto, es normal que los trabajadores reclamen mantener el poder adquisitivo con subidas de salarios equivalentes, al menos, a la inflación que se registra.
Se trata de una reacción defensiva que quizá podamos considerar de justicia pero que es evidente que puede ocasionar problemas en algunas empresas.
Cuando hay inflación muchas de ellas se aprovechan, pues pueden subir los márgenes y los precios sin perder clientela, aumentando sus beneficios. De hecho, así se convierten en fuentes de la inflación.
Otras (normalmente, las pequeñas y medianas) no pueden hacerlo y han de soportar las subidas en el precio de sus suministros sin poder hacer hacer. Si a eso se añade que deban aumentar salarios, pueden entrar en pérdidas y destruir empleo.
Por esa razón, siempre he defendido y lo estoy haciendo últimamente (por ejemplo aquí), que a la inflación hay que hacerle frente con medidas de amplio espectro que aborden las causas y sus efectos y tratando de no perjudicar ni a la actividad empresarial que crea riqueza y empleo ni al poder adquisitivo de los trabajadores.
La patronal española, por el contrario, está reaccionando como siempre ante una subida de precios que puede convertirse en un problema muy grande para todos: limitándose a defender los privilegios de las grandes empresas que dominan el mercado e imponen condiciones abusivas al resto de mundo empresarial y a los consumidores.
Para disimular ese objetivo hace propuestas como si fueran novedosas y rigurosas pero que, en realidad, no tienen el menor fundamento.
La última que han hecho sus dirigentes es negarse a que los salarios se actualicen en función de lo que suban los precios y proponer que lo hagan en función de la productividad.
Como he explicado en mi libro Econofakes. Las diez grandes mentiras de nuestro tiempo y cómo afectan a nuestra vida, la idea de vincular los salarios a la productividad es muy útil para hacer creer que los salarios son justos y que no se debe pedir que aumenten más: ¿quién puede negarse a que se pague a los trabajadores por lo que aportan a la producción?
El problema es que esta propuesta se basa en un buen número de falacias. Menciono a continuación algunas e invito a leer mi libro a quien quiera saber algo más sobre este asunto.
Cuando dice la patronal que los salarios deben fijarse en función de la productividad ¿se refiere a la productividad general de la economía?
Si es así, nos encontramos la primera falacia.
Verán. La productividad del trabajo es la cantidad de producción generada por los trabajadores dividida por el número de horas que se han trabajado.
Si en la economía solo se produjese un solo producto, o muchos pero todos idénticos, la productividad del trabajo se podría calcular fácilmente: sumando la cantidad producida por todos los trabajadores y dividiéndola entre el número de horas trabajadas.
Pero en cualquier economía real se producen millones de cosas en actividades muy diferentes y es obvio que el conjunto de todas las cantidad producidas por todos los trabajadores de una economía es algo «insumable». No se puede sumar la producción de todos los carpinteros (me refiero a los de distinto sexo conjuntamente), enfermeros, médicos, abogados, policías, mineros, fontaneros, vendedores, informáticos, pescadores, ganaderos, albañiles, arquitectos, camareros, artistas… porque son cantidades heterogéneas.
No tiene sentido sumarlas y lo que hacen entonces los economistas convencionales (ojo, tanto de raíz neoclásica como los marxistas) es recurrir al valor de la producción. Es decir, multiplican todas esas cantidades heterogéneas producidas en la economía por sus respectivo precio. El valor resultante (ahora, ya sí una magnitud homogénea en unidades monetarias) lo dividen por las horas de trabajo y nos dicen que han calculado la productividad.
Pero es falso. Lo que en realidad se obtiene así no es la producción por hora de trabajo (productividad), sino el ingreso del trabajo (lo producido por su precio) correspondiente a cada hora de trabajo.
Por tanto, y a este nivel agregado, la propuesta de la patronal es una falacia porque equivale a decir que el ingreso de los trabajadores (salario) debe estar vinculado al… ingreso medio de su hora de trabajo. ¡Y tanto que lo está!… por definición, tal y como se ha calculado.
Además, al hacer esa operación que he mencionado, los economistas convencionales hacen depender la magnitud de la «productividad» no solo de la cantidad producida (como debería ser por definición) sino también del precio. Imaginen dos trabajadores que producen exactamente lo mismo, 10 kilos de harina. Si la de uno se vende al doble de precio, ¿debemos entender que es el doble de productivo que el otro?
Veamos otra posibilidad.
¿Se refiere la patronal a que los trabajadores deben cobrar un salario en función de su productividad individual y no de la del conjunto de la economía?
La propuesta sigue siendo falaz e incluso daría lugar a resultados paradójicos.
En primer lugar, resulta que el criterio no se podría aplicar a los trabajadores que no produzcan algo perfectamente tangible y medible en magnitudes concretas. ¿Cómo medir la cantidad producida por las personas cuyo trabajo es o tiene una componente de actividad intelectual?
Y no solo eso. Para poder pagar a un trabajador en función de su productividad sería imprescindible que se pudiera separar tajantemente su aportación productiva de la de otros trabajadores o del capital. Algo que es prácticamente imposible e incluso de resultados paradójicos, como he dicho y muestro con el siguiente ejemplo.
Imaginemos un trabajador que produce 100 kilos de harina en 10 horas. Su productividad sería de 10 kilos por hora y debería cobrar, según la patronal, en función de ello. Imaginemos ahora que el capitalista dueño de la empresa compra una nueva máquina y que, gracias a ello, el trabajador produce 150 kilos en 10 horas. ¿Debería aumentarle el capitalista el salario en esa proporción? Si se aplicara la propuesta de la patronal española, el trabajo estará explotando al capital puesto que se apropia del incremento de producción que se ha podido conseguir gracias a la inversión del capitalista.
La cuestión radica en que lo que miden los economistas convencionales cuando dicen medir la productividad no es la productividad. Y, por tanto, lo que dicen que hay que tener en cuenta para fijar el salario (liberales o neoclásicos) o para evitar la explotación (marxistas) es un mito.
De las relaciones laborales depende la marcha de nuestras economías, su presente y futuro, y habría que hacer un esfuerzo por parte de todos los agentes sociales para sostenerlas sobre bases rigurosas y no sobre entelequias, demagogia y falacias.
La productividad es un concepto fundamental pero hay que mediarla correctamente y conocer con rigor cómo puede aumentar y cómo deben repartirse sus beneficios para que funcione mejor el conjunto de la economía. Y una de las mejores formas de conseguirlo es promover la participación del trabajo en la toma de decisiones en el seno de la empresa.
Y otro día, por cierto, hablaremos de las condiciones que es sabido que pueden aumentar la productividad y que la patronal española de las grandes empresas parece ignorar por completo en su práctica diaria.